GERDA TARO Y BRUNETE

GERDA TARO Y BRUNETE

La vida en París en los primeros años de la década de los 30 del siglo XX, por lo que he leído, era todo corazón: existía un sentimiento afectivo entre las distintas culturas que pululaban por allí, sin más armas ni escudos que sus ideales. Fue lo que se dio en llamar “periodo de entreguerras”, o el final de los “felices años 20”, con las hecatombes financieras y las presiones de ciertos grupos políticos, todo lo cual fue determinante para radicalizar dogmas y modos de vida. Alguien dijo que la izquierda es el corazón y la derecha la cabeza. Pues sólo de corazón se vive, quiérase o no, en una “depresión” disfrazada de libertad, una depresión “de sport”, próxima al nihilismo, en la que cada uno se lo monta como puede. 

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 Estas fotografías muestran el estado de ánimo de Capa,
respecto al de Gerda al jugar con su imagen, en el estudio de Paris.

Se vivía, pues, en aquel entonces, con la esperanza de que llegasen tiempos mejores, y se perfilaron dos bloques con caminos paralelos: ambos prometían salvar a la Humanidad, aunque eran radicalmente opuestos en sus formas; iban a “salvar” Europa aunque tuvieran que sacrificar a millones de seres inocentes por el mero hecho de mantener su ego y afirmar que no estaban equivocados. 

Se empezó por un ensayo, un caldo de cultivo que, vertido en la “olla española”, dejó atónitos a todos. Tal vez ni pensaban que estábamos tan al borde del desastre, y no los culpo, pero era así. Enseguida nos radicalizamos, cada uno en su postura, y detrás de cada bando había un ideólogo que explicaba las razones e iba subiendo de tono; a la vez crecía el número de simpatizantes de unos y otros, principalmente los del corazón. 

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 Robet Capa hacia 1938. Había perdido a Gerda

En esos momentos se empezaban a explotar las nuevas tecnologías, siempre bandera de la    juventud y usadas subliminalmente como estandarte de libertad, pero con un trasfondo a caballo entre la economía y el ego del poder. Se trataba de los nacientes medios de comunicación: el cine y la radio, así como un nuevo concepto del periodismo basado en la imagen. A infinidad de jóvenes los atrajeron esos nuevos medios, y rápidamente asimilaron su lenguaje, como sucede ahora con las redes sociales, el WhatsApp y demás.

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Las famosas cámaras Leica

En ese ambiente vivía un muchacho de ascendencia judía y gitana, decidido y ya curtido en enfrentarse a los poderes déspotas y totalitarios. Se trataba de André Friedmann (mas tarde conocido profesionalmente como Robert Capa). Tras huir de su Hungría natal por motivos políticos, se asentó en París, y gracias a sus amplios conocimientos de periodismo y fotografía, y también a sus contactos, llevó a cabo un fotorreportaje en España, en 1935, cuando apenas contaba con 21 años de edad.  En aquel momento sólo contempló un país maravilloso, a pesar de que gobernaba la CEDA; -1- él vio con buenos ojos, durante su estancia en Sevilla, que el domingo de Ramos coincidiera con el 14 de abril, y sus fotos fueron para ese 4º aniversario de la República. Es lo que publicó la revista Vu ;-2- , el lado amable, cordial y liberal de la República Democrática Española. Era ésta una revista muy parisina, con tendencia a la izquierda, liberal y a la vez muy refinada. Viendo que el método era tan eficaz, los comunistas quisieron algo más impactante, que no dejase pensar y despejase dudas sobre la bondad del sistema, para captar a “felices” ciudadanos. Pensaron, pues, en algo más exclusivo, y con mayor dedicación a España se comenzó a gestar la revista Regards;-3- 

Según distintas fuentes, dicha revista constituyó un eslabón más del primer conglomerado multimedia de la historia, creado por la Internacional Comunista en París. Estaban bajo su control editoriales, revistas, periódicos, emisoras de radio y productoras de cine, todos ellos al servicio del Komintern, cuyo jefe de propaganda era Willi Münzenberg;-4-  , alemán y comunista activo, ya que intervino en la fundación del Partido Comunista de Alemania. Como todos en París en esa época, Münzenberg era exiliado, además de marxista y leninista; trabajó para el servicio secreto soviético y montó el Trust Münzenberg, una especie de ong, como las llamamos ahora, parecida a otras que funcionaban en ese momento: el Socorro Internacional Obrero, la International Worker’s Relief Fund, la Internacional Labor Defensa o la Liga Mundial contra el Imperialismo, entre otras. El Trust Münzenberg contaba con un nutrido grupo de simpatizantes, la mayoría lamentablemente perseguidos y huidos de sus respectivos países. Eran, sobre todo, escritores y otros artistas, que a su pesebre hacían todo lo necesario para ensalzar el comunismo.

André Friedmann empezó a trabajar para Münzenberg en equipo o por lo menos junto a la alemana (nacida en Stuttgart) Gerta Pohorylle, judía y también huida de las hordas nazis; ambos tenían ya un cierto nombre en el mundo emergente del fotoperiodismo o fotorreportaje. 

Como he dicho unas líneas más atrás, se trataba del “pesebre” —había que trabajar y buscarse una estabilidad económica, y si podía ser en una profesión que les gustase muchísimo, mejor aún—. Pero además, con 22 años él y 25 ella, tuvieron bastante importancia tanto la atracción sexual mutua como su ideología coincidente. 

También, sin quererlo, los dos se encontraban absolutamente libres de ataduras familiares, para bien o para mal, y lejos de su origen, en una ciudad y en un ambiente donde a todos los unía y atraía la política; se sabían protagonistas, testigos y conocedores del potencial, que en cierto modo quedaría para la eternidad, de lo que veían a través del objetivo de sus cámaras.

El caso era que ganaban poco dinero, a pesar de que ambos ya tenían, como periodistas, acreditación, permiso de trabajo y residencia; Gerta desde febrero de 1936 y André desde un año antes. Idearon entonces una mentira piadosa, que relata ella: «Creamos la ficción de un fotógrafo norteamericano llamado Robert Capa, presuntamente exitoso en su país, con el fin de atraer la atención sobre sus fotos. Decimos que hemos descubierto sus trabajos, de gran calidad, y los ofrecemos tres veces más caros que el precio normal del mercado».

Para hacer más creíble y legal la comercialización de los reportajes, él se empezó a hacer llamar Robert, y ella Gerda, entrando en comparaciones fonéticas con personajes del momento como Frank Capra, Robert Taylor y, en femenino, Greta Garbo. Gerda ya poseía una marca comercial, Gerta Pohorylle, impronunciable en comparación con Gerda Taro; había en París un artista japonés bohemio y extraño llamado Taro Okamoto, así que quién sabe si el apellido surgió de ahí. Además, con los seudónimos ambos borraban sus orígenes y caían bien al París apátrida de la fecha.

Vivían con y para la izquierda; hasta el mismo París sentía celos de España, de Madrid, con su Frente Popular victorioso. Francia consiguió no quedarse atrás en libertades y victorias y también se hizo “comunista” el 14 de julio de 1936;-5- , solamente porque odiaban el fascismo;-6-   y su apéndice, el nazismo;-7-  , posiblemente con razón. No obstante, también cambiaron el look, y  se americanizaron en el vestir y en su imagen, en principio imitando a Hollywood. 

Gerda y Robert habían cubierto toda la campaña previa a las elecciones; estuvieron a partes iguales en mítines, huelgas, manifestaciones, promesas, etc. No se sabe, por tanto, qué fotos fueron de Gerta y cuáles de André; firmaban y comercializaban como Robert Capa, ya que Gerda aprendió a manejar bien la Leica y la Rolleiflex. 

En esto andaban cuando se enteraron de que en España se había producido un golpe de estado, que los militares se habían sublevado contra la República, la mejor de Europa. De modo que un sentimiento de solidaridad y ansia por venir a España se apoderó de ellos, igual que de miles de personajes que se creyeron salvadores del mundo cuando sólo eran antifascistas y antinazis.

André había venido a España un par de veces, y lo enamoró y cautivó lo mismo que cuando se va de vacaciones; de visita sólo se aprecian los buenos modales, la alegría de vivir; no sabía que los españoles se portaban así porque en el fondo pensaban y deseaban ser ellos los que fueran de vacaciones y de visita.

Todos sus sentimientos fluían en una sola dirección: la defensa de la libertad y la democracia y el odio al fascismo; también el presentimiento —o quizá la filtración— de que a esa pequeña parte del ejército levantado en armas en España lo apoyaban Hitler y Mussolini.

No hizo falta mayor excusa; en cuanto encontró algún encargo, André salió para la España de sus sueños a retratar la verdad que él veía por el objetivo. Aunque siempre escriben la historia los vencedores, en España fueron los reporteros y escritores simpatizantes del bando perdedor los que asumieron ese papel en los tres años de guerra y algún otro anterior y posterior, y sólo transmitieron el horror de la contienda desde uno de los lados. 

Ésa era la mentalidad que se tenía y se vendía en el extranjero; se quedaban atónitos viendo cómo Hitler se sentía cada día más fuerte en su máxima nazi además de ganar unas elecciones, y sólo conocían el polo opuesto, el marxismo. Así que, inexorablemente, caerían en los brazos de unos u otros.

Al mismo tiempo, la técnica de la expresión fotográfica estaba causando un gran impacto; para la toma de fotografías era ya muy reconocido el carrete de 35 mm, aún vigente en la actualidad, y, como máquina, Leica fabricó una cámara con objetivo ajustable, muy manejable y a la vez de gran calidad. Así, en 1936 cualquier reportero que se preciara tenía una; su precio rondaba las 900 pesetas, y las fotos se pagaban a diez pesetas, si se publicaban ;-8-. Por supuesto, nunca hasta entonces se habían hecho fotos con la frescura con que las hacían las pequeñas Leicas; manejadas convenientemente convencían al adversario más recalcitrante. 

Estaban de moda, pues, las cámaras fotográficas pequeñas, y se descubrían instantáneas que antes eran imposibles de realizar y que causaban admiración. Hasta la fecha, es el mejor método para convencer. La máxima de la revista Vu era: «Subsiste una verdad, la verdad brutal de los documentos fotográficos». 

Robert buscaba ansiosamente llegar a España; ya era visceral su urgencia. Presentó su currículum, viajó a España y vivió aquí. Y no era sólo él; Lucien Vogel, el editor de Vu, preparaba, a últimos de julio de 1936, una edición especial sobre la Guerra de España. Tanto lo apremiaban que fletó un avión París-Barcelona para trasladar a un grupo de periodistas. El vuelo fue tan improvisado que aterrizó de emergencia a 20 km de Barcelona, afortunadamente sin que se produjeran desgracias personales. En ese vuelo, entre más de veinte periodistas, venían los dos, Gerda y Robert. 

Robert Capa y Gerda Taro salieron, pues, ilesos del aterrizaje forzoso, y el 5 de agosto de 1936 contactaron con Jaume Miravitlles ;-9-, secretario general del partido Esquerra Republicana de Catalunya, que les dio salvoconductos como fotorreporteros franceses. Años después, Miravitlles recordaba a Capa «como un ebrio anarquista». Salieron los dos a las Ramblas en busca de material; ellos sabían lo que más se vendía y estaba ahí mismo: mujeres jóvenes con un mono azul de peto, armadas con fusil al hombro y cartuchera cruzada; se hacían llamar “milicianas proletarias”. 

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 Dos instantáneas de la Cibeles, protegida para la guerra.

Carrete tras carrete, no encontraban sin embargo en Barcelona la acción que su cuerpo les pedía. Así que viajaron por Aragón con el mismo resultado, y después decidieron acercarse al frente. Al llegar a Madrid sólo consiguieron ver cómo enladrillaban la Cibeles y Neptuno. Tampoco era lo que buscaban, de modo que se decidieron a bajar hacia Córdoba; pasaron por Toledo, con el asedio al Alcázar, pero no se encontraban lo suficientemente cerca; Robert se desesperó: necesitaba acción. 

La mañana del 5 de septiembre de 1936 llegaron a La Malagueña. Allí había más periodistas, entre ellos Clemente Cimorra, del diario La Voz de Madrid; les causó un gran impacto su juventud, estaban en Cerro Muriano y dijo: «Es la bravura ingenua de la juventud generosa que busca el documento». También encontraron allí a un colega canadiense, Ted Allan, muy joven (sólo 19 años), con el que hicieron buenas migas. Gerda se fue con él unos km más adelante, hacia Córdoba, porque habían oído que era posible que se produjera una avanzadilla.

Allí quedaban milicianos de Alcoy. Capa se unió a ellos, los animó y les habló de París, les contó que allí eran considerados héroes. Estaban en un impasse, jugando al escondite de loma en loma; el sol estaba descendiendo, serían sobre las 5 de la tarde, ellos fumaban y trataban de sacar fotos reales. De vez en cuando sonaban ráfagas dispersas y cortas, como para que no se perdiera la costumbre. Se animaron a moverse y cruzar a otra lomita, y lo hicieron disparando; después de unos minutos allí parecía que no había nadie, pero de pronto uno de los milicianos que Robert tenía a su lado se levantó con el mauser para echar a correr y regresar a la otra loma; él lo vio y, con los brazos en alto, apretó el obturador tumbado de espaldas. Vio entonces que el miliciano caía hacia atrás, se arrimó para verlo de cerca y creyó que estaba jugando. No se había dado cuenta, pero desde que sonó el primer disparo había un fuego cruzado de vértigo. Una vez que se percató de lo sucedido se quedó lívido, inmóvil. Esperaron entonces a que oscureciera un poco; se oían las voces del capitán acordándose de todos los muertos y de todas las madres del grupo de niñatos.

A la mañana siguiente los echaron, así que se fueron otra vez hacia Toledo y una vez allí los agruparon con más periodistas —casi todos extranjeros—, funcionarios del Gobierno y demás observadores. Decían que esa vez tomarían el Alcázar, pero no fue así; presenciaron desde lejos cómo, a pesar de las columnas de humo, los milicianos no pasaban de las primeras ruinas. Se volvieron, pues, para Madrid; llevaban muchos rollos, pero también una sensación fría y deprimente, porque no habían visto ni conseguido una sola victoria, sólo muerte y apatía. Desde lo de Cerro Muriano Robert no era el mismo. Llegaron a Madrid y no apreciaron nada nuevo; se acercaron por Vallecas y Villaverde, y lo que contemplaron allí les echó abajo sus ideales: únicamente sufrieron más miseria; la muerte lo cubría todo.

Regresaron a París la última semana de septiembre. 

Ya en la capital francesa lograron relajarse un poco, y en el laboratorio notaron el tirón de Cerro Muriano; sabían con certeza que esa foto los haría famosos. En efecto, casi de manera científica se estudió en todo el mundo y empezaron a pedirles más fotorreportajes, así que rápidamente se olvidaron de las miserias de España y pulularon entre los que se apuntaban para venir a defender “nada”, a exterminar el fascismo, eso era todo. 

Precisamente como pago a la inversión en publicaciones y difusión de noticias estaba llegando a París en aquel momento una pléyade de gente que no tenía nada que hacer, y con una filosofía inconformista pretendían aportar su granito de arena contra el imperio fascista. Acogidos con los brazos abiertos por los comunistas, entraron en una dinámica urgente, pero organizada, que los llevaría a España. El embrión de las Brigadas Internacionales

Era el invierno de 1936, y nuestros protagonistas habían hecho otro viaje a España, pero rápidamente volvieron a París, pues los frentes estaban quietos y no encontraron nada impactante. Las decenas de periodistas que se quedaron enviaban sus crónicas siempre muy filtradas por la censura de Madrid. Al mismo tiempo se habían puesto en marcha otros medios de propaganda dirigidos por Mussolini y por Hitler.

En una de sus visitas a París, ya a principios de 1937, Negrín había confiado al poeta comunista  Louis Aragón la edición de un periódico con el ánimo de vender en la propia ciudad las bondades de la República, de “su República”. Aprovechando la infraestructura del Partido Comunista francés, pero bien pagados los colaboradores por el Gobierno de España, promovieron revistas gráficas con la mejor calidad fotográfica. Los más impactantes, donde se divulgaban puntualmente cada semana reportajes subliminales de la España democrática, fueron el diario vespertino Ce Soir y la revista Regards. Ya entonces se sabía que una imagen vale más que mil palabras. 

La cuestión en París era recaudar dinero para la República e influir para que Francia, Canadá,  EE. UU., Inglaterra y todos los países contrarios al fascismo se implicasen de verdad y abiertamente con la República Democrática Española. 

Todo gravitaba en torno a España: fotorreportajes, entrevistas a personajes del Gobierno, crónicas… la mayoría con el ánimo de dar pena. También documentales en cine, novelas y otros libros, películas, etc. Todas las publicaciones tenían un denominador común: España. Constituían en ese momento la prensa más importante publicaciones como Life, Weekly Illustrated, Vu, The Times, The Daily Express, Ce Soir, Regards… Todo el material era extraordinario y proporcionaba argumentos a los literatos del momento, que llegaban ávidos de historias para escribir sobre España, el tema de moda.

A últimos de abril llegaron noticias de Guernica, y con ellas la versión de Alemania, porque también se había pasado a una ofensiva sobre el papel. Taro y Capa se reunieron en París con el embajador, Luis Araquistáin, y con Pablo Neruda, que estaban organizando el Primero de Mayo. Decidieron entonces volver a España y llegaron aquí con una cámara de cine, una Eyemo. Igual que el año anterior, iban a remolque de la iniciativa franquista, con lo cual llegaron a Guernica tarde, y luego recorrieron media España hasta Almadén para hacer un reportaje sobre las minas de mercurio. En ese lugar se enteraron de que la República por fin iba a emprender una ofensiva hacia La Granja (Segovia) e, insertos en las tropas del general Walter,-10-   filmaron lo que encontraron éstas: la nieve, los pinos, los tanques rusos, los heridos, el fracaso disfrazado. En esas fechas fusilaron en el frente y sin juicio a cinco brigadistas, desertores de la 35ª División; ellos se tuvieron que enterar, pero no dijeron nada, porque ya estaban obsesionados, absorbidos y polarizados por la maquinaria comunista. Fue la primera semana de junio. Lo sucedido en La Granja le gustó mucho a Hemingway y le dio tema para fragmentos de su novela, Por quién doblan las campanas. 

De nuevo en Madrid, tomaron fotos por Carabanchel de las escaramuzas y ruinas urbanas. Como estaban con y se debían a los comunistas, tuvieron que ir a Valencia para cubrir el entierro del general Lukács;11-  . Hicieron un reportaje del desfile, con las personalidades allí presentes: Vicente Rojo y Juan Negrín entre los más destacados; las coronas de flores, la cartelería en las calles de Valencia animando a la gente a donar sangre y otras escenas similares. Pero seguían desesperados: no encontraban escenas victoriosas, así que se dirigieron de nuevo hacia la zona minera de Peñarroya-Almadén.

Hacia el 15 de junio de 1937, Robert y Gerda llegaron al batallón comunista Chapaev, de la 13ª Brigada. Allí se encontraron con Alfred Kantorowicz  , que era el comisario político. Se conocían de París, de una de las múltiples asociaciones, ya que él pertenecía a la de escritores alemanes, y recordaba a Gerda también porque la había visto en un hotel de Valencia como una mujer bien vestida, aunque en ese momento llevaba pantalones, revólver al cinturón y boina calada. Todos venían de París, pero estaban en Sierra Morena y, una vez más, sujetando como podían a las tropas de Franco, que era quien llevaba la iniciativa. Como tenían confianza en Kantorowicz propusieron preparar a gente para hacer un documental y que no pasase como en Cerro Muriano, es decir, hacerlo en la retaguardia, a toro pasado, con un guion tomado, eso sí, de lo que más o menos había sucedido en las múltiples escaramuzas y asaltos reales que venían soportando.

Como en The March of Time ;13- , si faltaban escenas se preparaban, y luego cuando se veía en el cine resultaban más reales que las de verdad. Al público le gustaba aquello, con lo cual no había inconveniente. Tenían todos los ingredientes: localización, actores, guion, cámara, producción y director. Fue un simulacro de ataque a La Granjuela ;14-  que salió muy bien. Pero sobre todo Gerda quería algo real, puesto que ya prevalecía en ella el odio al enemigo fascista y nazi de enfrente. El idioma que se hablaba en el batallón era su alemán de Stuttgart, de donde tuvo que huir. Quería aniquilar al enemigo ella sola de la manera que fuera, de modo que: «… en un acto suicida, con la cámara de cine Emeya al hombro y dando saltos, avanzó 150 metros hasta una trinchera; alguno la siguió. Por fortuna eran las tres de la tarde y posiblemente los fascistas estaban durmiendo la siesta». Lo contaba su amigo Kantorowicz.

Tras el rodaje, de nuevo regresaron a Madrid y anduvieron un tiempo por los frentes en los que predominaban los brigadistas, sobre todo porque conocían a los mandos, todos comunistas de París, y a los comisarios políticos. A Gerda ya la llamaban “la pequeña rubia” y muchísimos combatientes la conocían, y viéndola allí pensaban que las cosas no debían de ir tan mal. Por donde pasaba se la recordaba; fue de nuevo al frente de Segovia y allí se cruzó con Rafael Alberti y María Teresa León. Se cayeron muy bien, tanto que Alberti escribió: «Me mostró el trípode de su cámara —su fusil— agujereado por balas fascistas, y añadió: ‘Mejor que en el corazón…’».

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 Palacete Heredia Spinola

De regreso en Madrid, les ofrecen visitar su “casa”, un palacio donde tenía su sede La Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura, «un caserón requisado y feo», como dijo María Teresa, entre Cibeles y la Biblioteca Nacional ;-15- . Aunque ya habían estado allí en otro de sus viajes, en esa ocasión los alojaron en el palacete y les terminaron de presentar a los intelectuales españoles. Durante unos días durmieron allí y después se desplazaron de nuevo a Valencia para cubrir el II Congreso de Intelectuales;16-  , que se quedó en congreso antifascista.

Era una guerra de ideales; cualquier motivo suponía una ofensa o una arenga, la República no tenía ni disciplina, ni profesionalidad, ni cabeza; sin haberlo vivido, percibo los errores y, dividiéndome en el pesar, entiendo que no hicieron las cosas profesionalmente y con entusiasmo. Me alegro de la realidad que fue y pienso, como muchos, que constituyó el inicio de la derrota, aparte del hecho de no saber distinguir el matiz único de España, muy distinta de la Italia de Mussolini, y a un abismo de la Alemania de Hitler. Ese error lo pagó muy caro esa otra España, a la que, sin conocerla, París echó gasolina que fue a parar a la hoguera.

La maquinaria de propaganda comunista —sobre todo en aquel tiempo había que ser como mínimo antifascista— promovió un año antes en París el I Congreso de Escritores para la Defensa de la Cultura. Se quiso que España lo organizara al año siguiente, y así fue. Reunió a 27 países, más España, Cataluña y Valencia, y no más de 100 congresistas, a los que se recibió en Barcelona el 2 de julio de 1937; si bien 16 delegados perdieron las maletas y se les compensó con una opípara cena en Benicarló, camino de Valencia. Aquella cena se celebró a orillas del mar, en la terraza de un pabellón turístico; el menú fue excelente, se sirvió con gusto y acompañado de unos vinos exquisitos, en un entorno de flores, mar azul, abundancia y la hermosura engalanada del Levante. «Pero, ¿dónde está la guerra?», se preguntaban, asombrados, los huéspedes. «Esto es lirismo puro, un paraíso terrenal», escribió Koltov, corresponsal del Pravda de Moscú.

El congreso sirvió como encuentro antifascista mundial, pero no logró que las democracias occidentales se involucrasen plenamente en la Guerra. Inglaterra no acudió; tampoco, por supuesto, ningún italiano, y al soviético Gide;17-   lo excluyó Stalin.

Todo el congreso giró en torno al enemigo principal: el fascismo. «Porque el fascismo está en guerra contra la cultura, la democracia, la paz y el bienestar de la Humanidad», se decía. Los días siguientes fueron más de lo mismo.

En Madrid celebraron dos sesiones de cine y varios banquetes; llevaron la bandera que capturaron en Brunete. Alberti estaba muy orgulloso y feliz. El congreso había costado un dineral al Estado, y el día de la primera sesión no tenían máquina de escribir, ni lápices, papel o taquígrafos.

La organización preparó dos sedes, Valencia y Madrid, y, como cierre y victoria, el 18 de julio en París, una noche “barroca” animada por bailarinas de cancán, dantzaris, poemas de Lorca, ritmos tradicionales de Java, canciones catalanas, un conjunto coral de música renacentista y la orquesta del Cotton Club de Nueva York. 

También a principios de julio, y aprovechando la estancia en París de miembros destacados del Gobierno, aunque hacía casi dos meses que se había inaugurado la Exposición Internacional, se abrió el pabellón español, que buen dinero había costado. El Pabellón de la República de España lo inauguró el embajador en París, Ángel Osorio, ya que Araquistáin había dimitido, dentro de la tónica habitual de cualquier cargo público. Fue el 12 de julio de 1937.  

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Fotografías  sobre el pabellón español, Pablo Picasso retocando el que será el Guernica.

Siempre como avanzadilla de nuevos descubrimientos y formando parte de un epiléptico eje con una rueda en el estalinismo y la otra en el nazismo, queríamos que se nos conociera y decir al mundo que éramos normales, a pesar de tener un camino que nos guiaba a una estrella y de regalar libros como Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías. Al menos sus autores ya eran eternamente jóvenes, y costaron menos dinero que el Guernica de Pablo Picasso, que percibió por él 200 000 francos y dijo: «Cada cual debe ver en un cuadro lo que quiera ver. Yo pinto una obra, pero para cada espectador tiene un significado distinto. Ésa es la grandeza del arte». Ha de decirse que ese cuadro ya lo tenía esbozado, y lo acopló con posterioridad al bombardeo de Guernica.

Sí que fuimos admirados y se fijaron en nosotros, pero para tratarnos como peones en el “gran tablero de Europa”, que se estaba calentando en una huida hacia delante y a base de necrofagia, en la cual los españoles, en el fondo, éramos unos angelitos.

Aparte de la arquitectura de nuestro efímero módulo, allí se vio lo que los albañiles de las dos potencias habían creado, haciendo honor al título completo: Exposición Internacional de París, 1937. Artes y Técnicas para la Vida Moderna. Se presentaron, entre muchísimas novedades tecnológicas, los últimos modelos de cámaras cinematográficas, fotográficas y también nuevas técnicas de impresión y periodísticas.

Fuera casualidad o el destino, esos días de primeros de julio de 1937, cuando el frente de Madrid estaba adormecido y eran los actos políticos los que prevalecían —y puesto que el ejército de Franco había conquistado Bilbao días atrás y su objetivo era continuar hacia Santander—, se buscó un antídoto para que militarmente se complementase tanto acto político-cultural. Fue ahí cuando Brunete entró en juego, y se usaría en lo sucesivo como referencia del logro más importante del Gobierno de la República.   

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Dos fotografías de los Congresistas

En esos días los acontecimientos se multiplicaron. Hubo dos polos principales de atención internacional, como ya he dicho: el Congreso de Escritores y la Exposición Universal de París. Era una ocasión única y se aprovechó totalmente. Aunque Brunete no apareció textualmente en la Exposición, sí que representaba el ánimo positivo para que, dentro de lo que éramos, por lo menos se aparentase estabilidad y madurez política en el círculo de las naciones “civilizadas”. Y, de paso, cumplir con el objetivo principal: defenestrar a Franco y ningunear a sus secuaces. ¡Qué mejor escaparate, y en París!

No voy a enumerar aquí a quienes acudieron al referido congreso, porque se lo figurarán, pero gran parte del “lírico y paraíso terrenal” que les inculcaron procedía de Brunete. No sabían lo que estaba pasando, ni tampoco a quién se estaban arrimando.

Sobre el día 4 de julio —vuelvo en mi relato unos días atrás— Gerda y Robert regresaron a Madrid después de cubrir los eventos de Valencia, pero al hacerlo no salieron del círculo de periodistas y escritores extranjeros; su cuartel general era el Hotel Florida;-18-, el del triángulo de Callao. Además de espías y prostitutas, allí estaba hospedado Ted Allan. Capa decidió regresar a París con parte del material. Un poco intranquilo, le dijo a Ted, refiriéndose a Gerda: «¿La dejo en buenas manos?». 

En el Hotel Florida se planificaba dónde ir, y si tenían que obtener permisos también se hacían allí esos trámites. Además, un poco más arriba estaba la Telefónica, en cuyos sótanos se ubicaban la oficina de prensa del Gobierno de Valencia y la censura. Pero a Gerda no le hacía falta todo eso, porque sus negativos los mandaba directamente a París. Se vio ya sin la tutela de Capa, que por otra parte no necesitaba en absoluto; ella ya tenía su propio registro, pero además a esas alturas sabían en París que era Gerda quien metía el alma en el negativo.

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 Fotografía actual y como era el Hotel Florida en la Plaza del Callao. Madrid

Taro estaba ansiosa por ver al ejército de la República en acción; los últimas veces que estuvo en el frente no podía ir más en la avanzadilla, casi rozaba la irresponsabilidad o el suicidio; tenía que estar la primera en la línea. Una vez, en una escaramuza, saco el revólver y amenazó a los brigadistas para que no retrocedieran. Quien debía de saber de esa actitud, igual que conocía que se preparaba una ofensiva inmediata, era Constancia de la Mora;19-  . Ella le tenía mucho afecto, aparte de que era consciente de que Gerda conseguía fotos de las que convencen.

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Constancia de la Mora

Esto escribió Gerda entre las notas de clasificación de los negativos que enviaba: «Se trata de la posible liberación de Madrid, después de ocho meses de asedio. Además, estamos a muy pocos días del 18 de julio. El Gobierno quiere una victoria para lanzar la idea de que se puede ganar la guerra, y yo quiero ser la primera en mostrar las imágenes de los republicanos vencedores». El 6 de julio de 1937, a primera hora, le dieron la noticia: Líster había entrado en Brunete; la gran ofensiva estaba en marcha. No se sabe cómo, pero consiguió llegar allí junto a Marc Ribecourt y Leon Moussinac. No obstante, le ocurrió lo mismo que otras veces: no había combates, pero aun así consiguió el primer reportaje de una victoria anhelada y muy necesitada.

De aquella mañana también existen fotos realizadas por otros periodistas, sobre  todo las que presentaban a las hermanas Larios desoladas. 

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Portada de Regards.   Simbólico ultraje a la bandera que capturaron en Brunete presentada en el Congreso  Antifascista